Cuando los usurpadores del poder popular en la Argentina
hablan de democracia, sólo logran evidenciar su ignorancia o su mala fe, pero
cuando su insidiosa suficiencia resulta más irritante es al pretender erigirse
en jueces que han de determinar lo que es o no democrático.
Afirma el sociólogo don Jesús Suevos que "uno de los
más perniciosos equívocos de nuestro tiempo radica en la identificación de los
vocablos "democracia" y "liberalismo".
Hay, sin duda, una democracia liberal, pero hubo
democracias en el pasado y se postulan otras en el presente tan legítimas e
importantes como ella.
Las “democracias liberales” postulan que lo que fue bueno
para el siglo XIX debe serlo también para el actual y para los venideros. Para
ellos no son fórmulas temporales sometidas a las circunstancias, sino principios
invariables y permanentes.
No desean comprender que el hombre ya no puede ser
considerado como un ente aislado sino como un elemento integrante del conjunto.
Esto explica lo que parece sorprender a muchos: la
decadencia de ciertos partidos políticos y su reemplazo por otras
organizaciones mayores y más naturales tendientes hacía las democracias también
más naturales, en las que el hombre opina y vive lo que conoce y no lo que
conocen y viven unos cuantos intermediarios.
Por otra parte, la democracia de nuestro tiempo no puede
ser estática, desarrollada en grupos
cerrados de dominadores por herencia o por fortuna, sino dinámica y en
expansión para dar cabida y sentido a las crecientes multitudes que van
igualando sus condiciones y posibilidades a las de los grupos privilegiados.
Esas masas ascendentes reclaman una democracia que las
viejas formas ya no pueden ofrecerles.
Todo esto, tan evidente cuando se habla de buena fe, se
vuelve incomprensible cuando intervienen la mala intención y el engaño.
Para imaginarnos lo que pasa es preciso conjugar
simultáneamente la incomprensión propia de la ignorancia, la soberbia del
reaccionarismo contumaz y la falsedad de los grupos que sirven a intereses
inconfesables.
Por eso, cuando los "gobiernos" o sus agentes
hablan de imponer la democracia, nadie puede creerles, porque todos imaginan
sistemáticamente la aviesa intención de engañar, porque la democracia que
anhelan los pueblos está muy distante de ser la que pretenden imponer desde los
centros demoliberales de las oligarquías manejadas desde el "State
Departament" o desde el "Pentágono".
Queda el problema de establecer cuál es la democracia
posible para el hombre de hoy, que concilie la planificación colectiva que
exigen los tiempos con la garantía de libertad individual que el hombre debe
disfrutar inalienablemente.
Los justicialistas hemos dicho nuestra palabra y hemos
ofrecido la experiencia de diez años de gobierno que han sido reafirmados con
otros diez años de desastres provocados por los cambios y reversiones que
introdujeron los usurpadores del poder popular.
La democracia liberal busca seguir colonizando a las
naciones y explotando a sus pueblos con diferentes trucos, en los que no están
ausentes ni las "alianzas para el progreso", ni las radicaciones de
empresas privadas, ni las concesiones leoninas para la explotación petrolífera,
ni la ayuda técnica o el despojo liso y llano mediante el engaño o la violencia
si es preciso.
Hace ya tiempo, se reunieron en Punta del Este los
representantes de las veintiuna repúblicas americanas. Los resultados no pudieron ser más magros, pues se
limitaron a la “recomendación” de impulsar la justicia social, dar acceso al
pueblo a la cultura, asegurar la tierra para el que la trabaje, humanizar el
capital, elevar la renta y mejorar el nivel de vida popular, cosas que, entre
otras muchas, había ya anunciado hace veinte años el Justicialismo y realizado
durante su gobierno con la oposición casi generalizada de los mismos que ahora
resultan algo así como los inventores del paraguas.
Fragmento de “La Hora de los Pueblos”. Juan Domingo
Perón. Madrid. Agosto de 1968