Todos los años, la Nochebuena nos reúne en el hogar
inmenso de la Patria.
Y como si fuese una cosa ritual e imprescindible siento
la imperiosa necesidad de hablar con mi corazón para todos los corazones amigos
de la gran fraternidad justicialista.
Esta noche hacemos una tregua de amor de recuerdos en el
alma.
En todos los hogares del mundo, hombres y mujeres,
ancianos y niños de todos los pueblos, en este mismo instante maravilloso están
rindiendo homenaje al amor y están encendiendo en sus corazones las lámparas
votivas de sus mejores recuerdos. ¿Por qué no hacer lo mismo nosotros en este
inmenso hogar que es nuestra tierra? ¿Acaso no somos una gran familia?
Preside la mesa invisible de nuestra Nochebuena la figura
de Perón, nuestro líder, nuestro conductor y nuestro amigo.
Aquí está, sobre todos nosotros, mirando más allá del
horizonte, con la mano firme puesta sobre el timón de nuestros destinos y con
su corazón extraordinario, pegado a los sueños y a las esperanzas de su pueblo,
sobre todos nosotros, que somos y que nos sentimos hermanos porque nos une el
vínculo de los mismos ideales y de los mismos amores.
Por eso; porque somos y porque nos sentimos una inmensa
familia y porque no podemos evadirnos del sortilegio maravilloso que en esta
noche embarga el corazón de todas las familias del mundo, nosotros nos reunimos
también en esta medianoche del amor y del recuerdo, para rendir precisamente
nuestro homenaje al amor y para dejarnos llevar por los recuerdos del año que
ya empieza a morir.
Por eso estas palabras mías se atreven a romper el
bullicio o el silencio de la noche, se animan a llegar con su mensaje al
corazón de todos los hogares que quieren recibirlas con cariño y se derraman
así sobre la mesa invisible de la Patria Nueva, como un canto de amor y de esperanza.
Lo primero que se me ocurre es agradecer a Dios, porque
en medio de un mundo casi definitivamente olvidado del amor, nosotros creemos
en su poder y en su fecundidad, y nos permitimos anunciar la buena nueva de su advenimiento
por el camino del Justicialismo.
Por eso nos regocijamos y nos alegramos en la fiesta de
esta noche.
Hace diecinueve siglos y medio Dios eligió a los humildes
pastores de Belén para anunciar el advenimiento de la paz a los hombres de
buena voluntad.
Sobre aquél mensaje, los hombres de mala voluntad han acumulado
diecinueve siglos y medio de guerras, de crímenes, de explotación y de miseria,
precisamente a costa del dolor y de la sangre de los pueblos humildes de la
tierra. Y cuando todo parecía perdido, acaso definitivamente, nosotros, un
pueblo humilde, a quien la soberbia de los poderosos llamó
"descamisado"; nosotros, un pueblo que repite en su generosidad, en
su sencillez, en su bondad, la figura de los pastores evangélicos, hemos sido
elegidos entre todos los pueblos y entre todos los hombres, para recoger de las
manos de Perón, bañado en el fuego de su corazón e iluminado por sus ideales de
visionario, el antiguo mensaje de los ángeles.
Salvando las distancias y remedando el cántico antiguo,
podríamos decir que Dios ha hecho grandes cosas entre nosotros, deshaciendo la
ambición del corazón de los soberbios, derribando de su trono a los poderosos,
ensalzando a los humildes y colmando de bienes a los pobres.
Por eso la Nochebuena nos embarga el corazón con la armonía
de sus encantos prodigiosos, porque la Nochebuena es nuestra, es la noche de la
humildad, la noche de la justicia.
Y el Justicialismo que Perón nos ha enseñado y nos ha
regalado como una realidad maravillosa de sus manos, es precisamente eso, algo
así como el eco vibrante del anuncio que recibieron los pastores o como el
reflejo encendido de la estrella que señaló, en la noche de los hombres, el
divino amanecer de una redención extraordinaria.
Esta noche también sentimos que empieza ya a morir el año
que termina. Por eso nos gusta rememorar las alegrías y las penas que nos trajo
sobre el hombro de sus días y de sus semanas, y hasta los dolores ya
sobrepasados nos parecen esta noche menos amargos.
Acaso, precisamente, porque ya son recuerdos.
Este año que se va nos ha dejado la marca de su paso en
el corazón y lo mismo que en todos estos años que van pasando sobre nosotros,
bajo la mirada y la protección serena de Perón, la de 1951 es una marca de felicidad.
Yo sé que dentro de muchos años, cuando en esta misma
noche los argentinos se dejen acariciar por el recuerdo y retornen sobre sus
alas al pasado, llegarán a estos años de nuestra vida y dirán melancólicamente:
entonces éramos más felices, Perón estaba con nosotros.
Porque la verdad, la indudable verdad es que todos somos
ahora más felices que antes de Perón. No tanto por los bienes materiales que
poseemos, cuanto por la dignidad que nos dio con su esfuerzo infatigable.
Si
nuestra felicidad residiese solamente en las riquezas materiales, no tendríamos
derecho a ser dichosos.
Pero nos sentimos felices porque en el seno de la gran
familia justicialista que formamos, todos somos hijos iguales de la misma Patria, con los mismos derechos y los mismos deberes. Nos mide a todos, con la
misma medida, la vara de la misma justicia. Nos ampara la bandera enhiesta de
la dignidad y nos abraza la generosidad paternal del mismo amor que brota del
corazón inigualable de Perón.
Ahora sí podemos abrir nuestro corazón a la palabra
ardiente del amor y comprendemos el verdadero sentido de la fraternidad.
No queremos vanagloriarnos con orgullo de lo que somos ni
de lo que tenemos, pero en esta noche, propicia para los aspectos del corazón,
sentimos la necesidad de decirle a los hombres y mujeres del mundo, el sencillo
secreto de nuestra felicidad, que consiste en poner la buena voluntad de todos
para que reinen la justicia y el amor.
Primero la justicia, que es algo así como el pedestal
para el amor.
No puede haber amor donde hay explotadores y explotados.
No puede haber amor donde hay oligarquías dominantes llenas de privilegios y
pueblos desposeídos y miserables. Porque nunca los explotadores pudieron ser ni
sentirse hermanos de sus explotados y ninguna oligarquía pudo darse con ningún
pueblo el abrazo sincero de la fraternidad.
El día del amor y de la paz llegará cuando la justicia
barra de la faz de la tierra a la raza de los explotadores y de los
privilegiados, y se cumplan inexorablemente las realidades del antiguo mensaje
de Belén renovado en los ideales del Justicialismo Peronista:
-Que haya una sola clase de hombres, los que trabajan;
-Que sean todos para uno y uno para todos;
-Que no exista ningún otro privilegio que el de los
niños;
-Que nadie se sienta más de lo que es ni menos de los que
puede ser;
-Que los gobiernos de las naciones hagan lo que los
pueblos quieran;
-Que cada día los hombres sean menos pobres y
-Que todos seamos artífices del destino común.
Para que todo esto se consolide como una realidad
duradera entre nosotros, seguiremos luchando con Perón, al pie de sus banderas
victoriosas, hasta el último aliento que nos dé la vida.
Con mis últimas palabras, llega el momento de los
augurios y de los deseos.
Aquí, a mi lado, en la cabecera de la mesa familiar que
nos reúne a todos bajo el cielo estrellado de La Patria, está nuestro conductor
y nuestro líder.
El primer deseo de mi brindis es para él: que sea siempre
feliz, que lo acompañe siempre el cariño de todos ustedes, por muchos años,
hasta el fin de sus años, porque se lo merece como premio de sus afanes y sus
sacrificios.
El otro augurio de mi brindis es para Mi Pueblo, para
todos ustedes; y no puedo expresarlo de otra manera que deseándoles sencillamente
que sean Muy Felices, cada vez más felices.
Y por fin, yo me permito reunir simbólicamente la copa
con que brinda cada uno de ustedes con mi propia copa, que contiene la misma
sidra humilde, con la misma sencillez de nuestro corazón.
Levanto al cielo con ella los deseos, los sueños y las
esperanzas de todos, para que en esta noche de prodigios el Amor Infinito los
toque con la vara de sus milagros y los convierta en realidad.
[Estas palabras fueron pronunciadas por Evita Perón,
desde su lecho de enferma y difundido por la Cadena Nacional de Radiodifusión]