[El día maravilloso de mi existencia en que me encontré con Perón, él ya estaba en la lucha]
Lo recuerdo como si lo viese, con la mirada llena de brillo, con la frente levantada, con su limpia sonrisa, con su palabra encendida por el fuego de su corazón.
Vi desde el primer momento la sombra de sus enemigos, acechando como buitres desde la altura o como víboras pegajosas desde la tierra vencida.
Vi a Perón demasiado solo, excesivamente confiado en el poder vencedor de sus ideales, creyendo en la primera palabra de todos los hombres como si fuese su propia palabra, limpia y generosa, sincera y honrada.
(...)
Desde el primer momento yo vi su corazón, y sobre el pedestal de su corazón, el mástil de sus ideales sosteniendo cerca del cielo la Bandera de su Patria y de su Pueblo.
Vi su inmensa soledad (...) y, a pesar de mi pequeñez, decidí acompañarlo.
Por seguirlo, por estar con él, hubiese sido y hubiese hecho cualquier cosa menos torcer la ruta de su destino. Fue cuando le dije un día:
-Estoy dispuesta a seguirlo, donde quiera que vaya.
Poco a poco yo entré también en sus batallas. A veces porque me provocaron sus enemigos. Otras porque me indignaron sus traiciones y mentiras.
Había decidido seguirlo a Perón, pero no me resignaba a seguirlo de lejos, sabiéndolo rodeado de enemigos y ambiciosos que se disfrazaban con palabras amistosas. Y de amigos que no sentían ni el calor de la sombra de sus ideales.
(...)
Un día Perón me confesó que yo, su pequeña "giovinota", como solía llamarme, era la única compañía sincera y leal de su existencia. ¡Nunca como ese día me dolió tanto mi pequeñez! ¡Ese día decidí hacer lo posible para acompañarlo mejor!
(...)
Muchas veces me hablaba de sus sueños y de sus esperanzas, de sus grandes ideales. Metida en un rincón de la vida de "Mi Coronel", se me ocurre que yo era algo así como un ramo de flores en su casa...
Nunca pretendí ser más que eso. Sin embargo, la lucha que se libraba en torno de Perón era demasiado dura, muy grandes sus enemigos, casi infinita su soledad y demasiado grande mi amor para que yo pudiese conformarme con ser nada más que un poco de alegría en su camino.
La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón (...) mediocres al fin (...) creyeron que yo "calculaba" con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas.
Yo los conocí de cerca, uno por uno. Después casi todos lo traicionaron a Perón, algunos en octubre de 1945, otros más tarde. Me di el gusto de insultarlos de frente, gritándoles en la cara la deslealtad y el deshonor con que procedían o combatiéndolos hasta probar la falsía de sus intenciones.
Yo me quedé sola junto a Mi Coronel hasta que se lo llevaron prisionero. Desde aquellos días desconfié de los amigos encumbrados y de los hombres "de honor" y me aferré ciegamente a los hombres y mujeres humildes de mi Pueblo que, sin tanto "honor", sin tantos títulos, ni privilegios, saben jugarse la vida por un hombre, por una causa, por un ideal. ¡O por un simple sentimiento del corazón!
Aquellas primeras grandes desilusiones me hicieron ver con claridad el camino: Perón no podía creer en nada ni en nadie que no fuese su Pueblo.
(...)
Los Pueblos no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que tienen en las antesalas de todos los gobiernos.
Yo cuidé por mi Pueblo a Perón y los eché de sus antesalas, a veces con una sonrisa, y a veces también con las duras palabras de la verdad que dije de frente con toda la indignación de mi rebeldía.
*Pasajes de "Mi Mensaje". Eva Perón
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